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Con la ley de la reencarnación se pueden explicar todas las situaciones de la vida, las buenas y las malas. Sin la reencarnación, deberíamos aceptar que la vida es azarosa, sin fundamento y sin motivación ulterior. Por ello, muchos plantean que la muerte no existe como un final absoluto, sino como un cambio a otra dimensión de vida. Gracias al libre albedrío el ser humano es artífice de su destino y decide, para bien o para mal, cada uno de sus actos. Las experiencias cercanas a la muerte son, por ahora, la prueba más contundente de la existencia de la vida después de la muerte. La mayoría de los testimonios coinciden: personas clínicamente muertas que viajaron al más allá y visitaron un lugar de luz donde sintieron una gran dicha y una felicidad indescriptible. Volver implica una profunda transformación donde el amor es el motor principal y el conocimiento el único equipaje que llevamos luego de fallecer. ¿Qué hay más allá de la vida? ¿Es el alma una viajera incansable? En Me lo contó un muerto el parapsicólogo Vladimir Burdman afirma que desterrar el miedo hacia la muerte solo es posible a través del conocimiento y la apertura de la consciencia humana. “La verdad”, dice Burdman, no está allí para encontrarla, sino para buscarla siempre.